viernes, noviembre 09, 2012

The Last Wave (La Última Ola)

Título: The Last Wave


Director: Peter Weir


Año: 1977


País: Australia


Duración: 106











Una serie de extraños fenómenos meteorológicos está asolando Australia (y podemos pensar que el resto del mundo). Principalmente lluvias torrenciales e incluso granizadas totalmente fuera de temporada y lugar. Al mismo tiempo, David (Richard Chamberlain), un abogado de Sydney, se ve envuelto en un caso de asesinato supuestamente cometido por unos negros, probablemente aborígenes. Entrar en contacto con ellos le permitirá descubrir su propia naturaleza dentro de la estructura del mundo y la mitología de los aborígenes, y la relación con esos extraños cambios que el planeta está sufriendo.



El primer plano del film, una declaración de intenciones con la naturaleza cerniéndose sobre el hombre.


Dentro de la Ozploitation hay una tendencia extraña y muy destacable: la naturaleza como elemento peligroso para el ser humano. No hay más que pensar en Largo Fin de Semana como paradigma, pero ahí estaría también Razorback, por poner otro ejemplo. Y la presente cinta, por supuesto. Aunque aquí, mezclando ese principio con la magia premonitoria tribal y ese cierto respeto hacia la sabiduría chamánica de las civilizaciones que vienen de antaño. Un poco como se intenta hacer creer ahora con los mayas y su Apocalipsis predicho hace cientos de años con precisión quirúrgica.

Con este planteamiento, la historia se presenta en un modo muy serio y sobrio, sentando las bases ya desde un comienzo y sin dejar aire a un mínimo de tinte cómico. Y ese es uno de los principales problemas que se le pueden achacar, pues la tremenda pretenciosidad con la que parece presentarse esta sobriedad, hace que en su parte central la cinta se vuelva pesada e incluso un poco repetitiva por lo obvio de cómo se va a desarrollar el final, que no da llegado jamás. Eso sí, se agradecen los temas que trata, como el desprecio actual a esas tribus que viven de manera diferente a nuestras costumbres occidentales, en una visión de superioridad absurda, además de esa idea conjunta que rodea a la historia de la naturaleza como una fuerza imparable contra la que ni siquiera el progreso puede hacer nada.





Aerolitos de hielo, o que en Australia, cuando graniza son unos exagerados.


A ello también ayuda, eso sí, la puesta en escena de Peter Weir, siguiendo ese mismo punto de sobriedad absoluta que plantea el propio guión y que se mezcla, especialmente en las secuencias oníricas, con una pausa y una calma que hace que el tiempo apenas sea capaz de avanzar. Ojo, y con ello no quiero decir que se haga aburrida, sino que es como si faltase un poco de aire, con alguna subtrama o algún momento un poco más distendido para acabar de dar ritmo y ansia de historia.

También influye al respecto la frialdad con la que Richard Chamberlain interpreta al protagonista, alejándolo del espectador y sin ser capaz de transmitir todo lo que le pasa por la cabeza al personaje a pesar de que está bien actuado y resulta creíble, pero se escapan demasiadas cosas entre el propio guión, la representación del personaje y su forma de meterlo en la historia, que hacen que se eche de menos algo más de chicha, en lugar de ese alargamiento constante de escenas.

Por otra parte, también se echa de menos que el guión consiga un poco más de coherencia en sí mismo, y un poco más de unidad entre las escenas, donde se salta de un lado a otro y los personajes evolucionan a golpes, provocando además que el montaje de Max Lemon pegue cortes brutales entre una situación y la siguiente, dejando al espectador al borde de perderse en cuanto a lo que está sucediendo. Suerte que precisamente esa estructura monotrama no nos permite que se nos vaya la olla. Por cierto, espectacular al respecto la mezcla en montaje entre los tiempos oníricos y la realidad, consiguiendo bastante bien crear un mismo espacio para ambos, tal y como se va describiendo en la historia, y que hacen que los sueños cobren muchísima importancia.






Tiene la suerte de no estar parado en un semáforo.


Russell Boyd se encarga de la fotografía, destacándose precisamente ese punto extraño en los momentos oníricos, que se mezcla con la más absoluta sobriedad, y recorriendo una gama de espacios absolutamente de locura, consiguiendo zafarlos bastante bien en cuanto a una perspectiva realista y coherente. Respecto al sonido, interesante ese uso constante del silencio y de los graves, jugando con la presencia habitual del didgeridoo, colaborando totalmente en ese ambiente extrañado e irreal que tiene gran parte del film al tiempo que nos referencia al mundo de los aborígenes.

Y ya hemos hablado del papel que hace Richard Chamberlain, pero también deberíamos destacar en el reparto a una Olivia Hamnett que en un comienzo arranca muy bien y creíble, aunque precisamente la evolución del personaje vaya haciendo que ella se fuerce en exceso y no aparente en absoluto esa naturalidad del principio. Mucho más interesantes en cuanto a coherencia David Gulpilil y Nandjiwarra Amagula, que si bien, especialmente el primero, están un poco forzados, consiguen mantener el personaje en una línea lógica todo el film, destacándose Amagula.




Un abogado blanco intentando aprender cosas de un chamán aborigen. Ver para creer, oigan.




Resumen:
Una película con un mensaje ecologista mezclado con ese respeto divinizador hacia la sabiduría antigua, excesivamente sobria para el tipo de historia que plantea, y con un guión que podría haberse trabajado un poco más.



PUNTUACION

Originalidad/Riesgo: 8.0
Técnica: 6.5
Guión: 5.5
Actuación: 6.5

TOTAL: 6.5

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...