Título: The Cars That Ate Paris
Director: Peter Weir
Año: 1974
País: Australia
Duración: 84
Arthur (Terry Camilleri) sufre un accidente a la entrada de un pueblo perdido en la mitad de la Australia rural llamado Paris cuando viajaba con su hermano George (Rick Scully). George muere, pero Arthur no, y se queda viviendo en el pueblo, acogido por el alcalde (John Meillon) y bajo tratamiento psiquiátrico. Durante su estadía en el pueblo, comprobará que los accidentes son mucho más comunes de lo habitual y que acaban beneficiando a todos los habitantes del mismo de un modo u otro. Y que la juventud también está obsesionada con los coches, pero desde el punto de vista más violento.
Todos los que tenemos una relación más o menos afectuosa con el cine de explotación, somos conscientes de que, con relativa asiduidad, alguna peli con un título y/o una portada cojonuda, nos va a atraer irremisiblemente para, al final, acabar siendo un producto totalmente distinto del que se nos anunciaba a priori. Y habitualmente, por qué no decirlo, un truñaco, con claros ejemplos en cosas como Los Surfistas Nazis Deben Morir o Shaolin Vs. Evil Dead.
Aquí, desde luego, algo de esto pasa, pues no hay apenas coches que devoren, al menos hasta el final (y no es que sean coches que coman casas o gente, solo las destruyen), pero tampoco hay Paris, o al menos no el Paris que todos pensamos como ciudad francesa, sino que es un pueblo perdido en mitad de Australia, de hecho inventado hasta donde yo sé, pues el film está rodado en Sofala, NSW (aunque haya un Paris en Texas, que perfectamente podría identificarse con este). Y desde luego, no hay nada de la acción que un título como este promete, ya que la peli funciona, en su mayor parte, gracias al diálogo.
Recuerdan V? pues esto mola más.
Debido a este exceso de diálogo, el ritmo que desarrolla no es excesivamente alto, y en ciertos momentos realmente puede llegar a aburrir. No obstante, se hace muy interesante el trabajo que existe de desarrollo, centrándose en la experiencia del protagonista de un modo muy sutil y aparentemente externo al mismo, aunque remate por funcionar más subjetivamente, al saber nosotros tanto como él de lo que ocurre por el pueblo creando con ello un guión extraño y complejo, donde como dice en el cartel casi todos los personajes restantes son asesinos, aunque sea de modo indirecto.
Así que con ello, Weir consigue transformar lo que en un principio podría parecer una peli de coches asesinos al estilo Christine, en algo que bebe de 2000 Maníacos pero con coches tuneados de manera bestialmente irreal, recordando a lo que vendría después en La Carrera De La Muerte Del Año 2000, especialmente destacando ese escarabajo que da imagen al film, y que juega con la conspiración del pueblo más que con la violencia que sería más de esperar. Además no escapa de mostrar un poco de gore en un par de ocasiones, y el final es donde sí junta un montón de violencia, que también se gotea en partes a mitad del metraje.
Por el resto, una puesta en escena tranquila y tendiendo a lo estático, coherente con esa profundización del diálogo, y con una cámara que juega, sin arriesgar demasiado pero también sin pretender ser excesivamente clásica, con mucho plano general que se mezcla con los primeros planos obvios para dichos diálogos. Todo ello, con un uso de la luz en la fotografía de John McLean que tiende a lo realista, tirando a un poco apagada para dar mayor tranquilidad al desarrollo de la historia y no influir en él, pero apoyando con ello mucho más en la extrañeza que comentábamos más arriba.
Extrañeza a la que también ayudan las actuaciones, distantes en su mayoría, empezando por Terry Camillero, que en todo momento parece estar absolutamente perdido en cuanto a lo que le rodea, y chocando con John Meillon en cuanto a cómo este domina la pantalla en sus apariciones, pero también quedándose en la distancia, consiguiendo dar un aire de psicópata al personaje.
Los restantes, más o menos en la misma línea, sin llegar a sobrarse pero tampoco destacando excesivamente. Si acaso, citar a Bruce Spence, que parece realmente un colgado absoluto desde un comienzo, y a Chris Haywood, quien hace un perfecto psicópata en el papel que interpreta, aunque en algún momento llegue a resultar excesivo en el mismo.
Respecto al montaje, que no se nos debe olvidar, comentar que el trabajo sigue las líneas trazadas desde el guión y la dirección, es decir, mucha tranquilidad y pausa, primacía de los diálogos, y como mucho incidir en esas presentaciones de violencia con coches que hay esparcidas por el guión, rompiendo con la estructura y dando un aire muy bueno e interesante para el espectador, como picos destacados dentro del film.
Y el trabajo sonoro, pues en esa misma línea, tendiendo a lo realista pero, eso sí, excediéndose en la calma que transmite mediante la banda sonora, que lleva a un poco de apatía al concepto general de la peli, aunque también, en ocasiones, ayuda en el extrañamiento precisamente por lo tranquila que resulta para mostrar accidentes, por ejemplo. También hacer hincapié en alguna ocasión donde se hace patente el trabajo a posteriori del sonido, cosa que desde luego me gusta pero si se hace bien, no con un perro que vemos ladrar pero no lo oímos o una palmada que tampoco llega a escucharse.
Resumen:
Una peli que, pese a su título y su cartel resulta ser una obra basada en diálogos y en una trama extraña y sucia, donde la acción solo aparece en contadas ocasiones, y el punto de vista externo se mezcla con los pocos conocimientos del protagonista y un trabajo técnico que no deja de apoyar cierto extrañamiento hacia el espectador.
PUNTUACION
Originalidad/Riesgo: 7.5
Técnica: 7.0
Guión: 6.5
Actuación: 7.5
TOTAL: 7.0
Originalidad/Riesgo: 7.5
Técnica: 7.0
Guión: 6.5
Actuación: 7.5
TOTAL: 7.0
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