Título: Mandingo
Director: Richard Fleischer
Año: 1975
País: USA
Duración: 127
En la plantación de Warren Maxwell (James Mason), en mitad de la Louisiana de 1840, los negros son tratados como ganado. Como ganado al que se trata mal, de hecho. Se crían para la venta, se usan en espectáculos de combate, se castigan cruelmente… El caso es que Maxwell está obsesionado con que su hijo le de, al fin, un nieto. Así que arregla el compromiso de su hijo Hammond (Perry King) con Blanche (Susan George). Pero todo se complicará porque Hammond se enamora de la negra Ellen (Brenda Sykes), y aunque su trato hacia los negros parezca más agradable que el de su padre al mandingo que compra, Mede (Ken Norton), pronto se descubrirá que lo aprendido respecto a las diferencias raciales es muy profundo.
Comienza la peli, y comienza con una canción de Muddy Waters que ya nos mete en situación con su blues y su voz profunda. Una historia basada en la obra de teatro de Jack Kirkland, a su vez basada en la novela homónima de Kyle Onstott, sobre la esclavitud de los negros y el trato que recibían en el sur justo antes de la guerra de secesión. Todo ello, mostrado de un modo muy crudo en el guión, que se centra en la complejidad e hipocresía con que los blancos trataban a los negros, pero también la hipocresía moral que existía hacia la mujer. De este modo, apreciamos cómo para la clase alta -y blanca, obviamente- la raza negra no es, siquiera, parte del género humano, sino que son animales entre los que ni siquiera importa que haya incesto, igual que no importa entre dos animales cuando lo único que se busca es criar más para venderlos al mejor precio. Una historia muy verosímil, precisamente por su crudeza y por el buen tratamiento que se hace de esas relaciones humanas entre amos y siervos, padres e hijos o maridos y mujeres.
Con esta pretensión de realidad más allá de clichés y generalizaciones baratas, destaca el gran trabajo respecto a la profundidad de los personajes. Podemos coger, como ejemplo, al protagonista, Hammond, al cual vemos como una especie de señor magnánimo hacia sus esclavos, a los que procura evitar caer en la indignidad y casi considera a su misma altura dentro de la especie animal, a pesar de que su posición social prima sobre sus posibles ideas latentes y no consigue llegar a aceptar a los negros como algo más que propiedades. También podríamos ver a Mede, que con su raza da título a la peli, como un negro que si bien acepta su rol, jamás lo hace gustosamente sino con la convicción de que al menos, el amo a quien sirve le defenderá cuando lo necesite. Motivo por el cual se queda a dos aguas, aceptando y viendo con buenos ojos esa liberación de los esclavos negros pero sin llegar a sublevarse, sino obedeciendo a sus amos por duro que sea el trabajo. Incluso si incluye llegar a convertirse en un perro soltado a una pelea.
Tras las cámaras, un director totalmente polivalente como lo es Richard Fleischer. Un tipo que tanto hacía un western como una peli bélica, una de bárbaros o una de terror. Pocos pueden decir que han sido tan eclécticos a la hora de llevar adelante proyectos, máxime cuando pensamos que unos cuantos son clásicos hoy en día, a pesar de moverse siempre por terrenos de presupuestos no excesivamente altos. Aquí, el Fleischer que nos encontramos crea una narración lenta y comedida, con mucho uso de la grúa para movernos por la historia, y permitiendo que la naturalidad de la fotografía de Richard H. Kline nos guíe, aunque eso sí, sin miedo a, especialmente en la parte final de la película, comenzar a desasosegar al espectador con luces y sombras muy marcadas, e incluso planos tirados desde el suelo y con cierta aberración que nos guían hacia una conclusión llena de una violencia que tiende a quedarse fuera de cámara, pero siendo presente igualmente.
Uno de los principales problemas narrativamente viene dado por el lado del montaje, realizado por Frank Bracht, donde se echa en falta cierto trabajo a mayores para explicarnos las elipsis temporales, enormes en un tiempo donde la vida transcurre calmadamente, sin apenas sobresaltos que cambien el rumbo de los acontecimientos. De este modo, momentos como aquél en el que Blanche dice estar embarazada y el parto se yuxtaponen en nuestra percepción de la historia, habiendo pasado solo unos cuantos segundos para atravesar esos 9 meses, prácticamente el mismo tiempo aproximado que había pasado desde el comienzo de la película hasta esa secuencia. De todos modos, este saltar el tiempo no resulta excesivamente incómodo y ayuda enormemente en el ritmo narrativo, que resulta bastante complejo dada la cantidad de acontecimientos y acciones que aborda el guión completo.
Respecto a la parte del sonido, ya hemos citado esa banda sonora con música de Muddy Waters, perfecta a la hora de ambientarnos. Por lo demás, un buen trabajo, tendente a la búsqueda de realismo, destacando los ambientes y los momentos donde la gente no deja de gritar, pudiendo citar la pelea en la que la voz de Warren se destaca por encima de los golpes y la multitud, dando fuerzas a su negro entrenado para combatir.
A nivel actoral también se deja el listón en un buen lugar, consiguiendo, sobre todo James Mason, representar esa complejidad y contradicciones de su personaje. También Perry King llega a convencer, con su aspecto de empresario convencido de sus ideales de desprecio hacia lo que él considera su ganado y viéndose a sí mismo como hombre cabal, sabio y magnánimo en todas sus decisiones. Al igual que el ya citado Ken Norton, quien, pese a ser un exboxeador reconvertido a actor, al menos convence, aunque no llegue a dar esa sensación de profundidad tan bien como sí lo hace el guión y sus frases.
En la parte femenina, Susan George se lleva la palma, con una magnífica actuación rayando casi siempre en los límites de la locura de su personaje, desesperada y habitualmente bebida, consiguiendo estar a la altura y dejando clara desde un principio la dualidad y la falsedad de su personaje. Brenda Sykes, con el problema de no tener demasiada frase para desarrollar su personaje, pero espléndida en su escena más importante, esto es, la primera en la que aparece muerta de miedo por el trato que le puede dar ese blanco que la va a desvirgar. Podríamos hablar, para terminar, de Lillian Hayman y Richard Ward, quedándose ambos en papeles mucho más cercanos a los clichés de negra mayor que siempre ha servido y es feliz así y de mayordomo que pone buena cara pero que en realidad solo espera al momento en que lo liberen, sin atreverse por sí mismo a hacerlo. Eso sí, son clichés, pero también hay que saber interpretarlos, y ambos lo hacen.
Resumen:
Una película violenta y dura sobre la esclavitud, sucia y centrada en la búsqueda de una perspectiva realista de la vida en una granja sureña antes de la guerra de secesión, bien ejecutada por gente con mucho oficio detrás.
PUNTUACION
Originalidad/Riesgo: 8.0
Técnica: 7.5
Guión: 8.5
Actuación: 7.5
TOTAL: 8.0
Originalidad/Riesgo: 8.0
Técnica: 7.5
Guión: 8.5
Actuación: 7.5
TOTAL: 8.0
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